
El escenario es preocupante: alrededor del 20% de los alimentos que se producen cada año en la Unión Europa se pierden o desperdician, dando lugar a un negativo impacto ambiental, económico, social y también moral. La UE está decidida a tomar cartas en el asunto, pero precisa disponer de un diagnóstico más preciso de la situación y recabar datos concretos sobre el desperdicio alimentario, convencida de que lo que se puede medir, se puede gestionar.